Forward to book by Cardinal Álvaro Leonel Ramazzini Bishop of Huehuetenango, Guatemala. I have read this book by the teacher Juan Ajtzip, a native of the town of Santiago Atitlán here in Guatemala. The protagonists, apart from the author of the book, are the people of Santiago and their martyred parish priest, Blessed Father Stanley Rother, whom they called “Padre Apla’s.” Throughout my reading, I have discovered historical aspects that complement and reaffirm the data offered by the official report of the Human Rights Office of the Archdiocese of Guatemala (REMHI), Guatemala, Never Again. This first conclusion guarantees the historical dimension of what Juan Ajtzip has told us. I propose – and anyone who reads the book will be able to draw their own conclusions – some relevant aspects of this story: The enormous strength of the people of Santiago Atitlán is evident, born of a consistent unity among its inhabitants, regardless of social status, religion, or political tendency. The famous slogan, “only the people save the people,” is demonstrated by the attitude of solidarity by all of Santiago when facing a situation of attack against the population by the Guatemalan army. The testimony of Father Stanley Francis Rother stands out as exemplar and consistent, for he shared the life and death of the people he served with the soul of a good shepherd. This testimony demonstrated a profound attitude of fidelity, even to the point of surrendering his own life. Through the testimony of Juan Ajtzip, we discover the positive impact that the presence of the missionaries from the Archdiocese of Oklahoma, in the United States, had on the community of Santiago. Its effects reached beyond the strictly Catholic sphere. They were sealed with the blood of Blessed Father Stanley and reaffirmed by the presence of the subsequent pastor, Father Thomas McSherry. There is no doubt that this first-hand testimony by Juan Ajtzip, growing out of his personal experience as a committed Christian, gives the book a flavor of irrefutable authenticity. Combined with the lessons we may deduce from the narrative, Ajtzip’s testimony will help the reader to better understand the historical and religious significance of a people that today must continue to face the social, cultural, and religious changes of our time. Meanwhile, I would like to reaffirm some aspects of this testimony by way of conclusion, which directly touch upon the person and actions of Juan Ajtzip: I am struck by his life experiences amid a suffering, impoverished childhood, painfully marked by child labor on the farms of the southern coast of Guatemala, yet sheltered and protected by the presence of his parents and grandparents. They always took care of him and in a special way, in moments of danger to his life, they defended and cared for him. The positive influence of the exemplary life of Father Stanley Francis Rother is very evident. Throughout his life, Juan Ajtzip was strongly influenced by the example of Padre Apla’s’s life, who helped him grow in his personality and in the experience of his faith, forming him to live out a radical commitment to his people, following in Rother’s footsteps. At the same time, we see the growth of Juan Ajtzip’s social conscience as he became convinced of the need to work for his own people and even put his life at risk during his time as director of the radio station “La Voz de Atitlán.” This characteristic bears evidence in his commitment to the radio during his tenure as its director for 24 years. It is also evident in his social commitment, in which the worldview of his ancestors, and the difficult history he had to face, shaped his spirit and his heart. A fact that should not go unnoticed is the critical and objective attention that this book devotes to the problem of transculturation in Santiago Atitlán, and its relationship with the evangelizing processes. It is worth reflecting on this analysis in the face of the religious situation that the people of Santiago Atitlán are living today. Finally, I was powerfully struck by the last sentence with which the book concludes, “But they do not listen to us.” It leaves a question mark on my conscience: What does Juan Ajtzip want to tell us? | Prólogo al libro por Cardenal Álvaro Leonel Ramazzini Imeri Obispo de la Diócesis de Huehuetenango, Guatemala. He leído el libro escrito por el maestro Juan Ajtzip, oriundo del pueblo de Santiago Atitlán. Los protagonistas, aparte del autor del libro, son el pueblo de Santiago y su párroco martirizado, beato Stanley Francisco Rother, llamado Apla’s, que en idioma Tz’utujil quiere decir Francisco. A lo largo de la lectura, he descubierto aspectos históricos que después de haber leído las conclusiones del Proyecto Interdiocesano Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), Guatemala, Nunca Más, se complementan y reafirman los datos ofrecidos por el mismo. Esta primera conclusión garantiza la dimensión histórica de lo relatado por el maestro Juan Ajtzip. Propongo – y cualquier persona que lea el libro podrá establecer sus propias conclusiones – algunos aspectos relevantes de esta historia: Se nota la fuerza enorme del pueblo de Santiago Atitlán, nacida de la unión consistente de sus pobladores, sin importar condición social, religión, o tendencia política. El famoso slogan, “solo el pueblo salva al pueblo,” se demuestra con la actitud solidaria de todo Santiago al enfrentar una situación de ataque en contra de la población por parte del ejército de Guatemala. Se destaca el testimonio ejemplar y coherente del Padre Stanley Francisco, quien compartió la vida y la muerte de ese pueblo, al cual él sirvió con alma de buen pastor. Este testimonio llegó hasta el extremo de una actitud profunda de fidelidad en la entrega de su propia vida. A través del testimonio del maestro Juan Ajtzip, descubrimos el impacto positivo que la presencia de los misioneros venidos desde la arquidiócesis de Oklahoma, en los Estados Unidos, logró en la comunidad de Santiago. Sus efectos llegaron más allá del ámbito estrictamente católico. Fueron sellados con la sangre del Beato Padre Francisco y reafirmados por la presencia del párroco posterior el sacerdote Tomás McSherry. No cabe duda de que este testimonio de primera mano, desde su experiencia personal de cristiano comprometido, del maestro Juan Ajtzip, da al libro un sabor de autenticidad irrefutable. Combinado con sus consideraciones deducidas de lo narrado, ayudarán al lector a entender mejor el significado histórico y religioso de un pueblo que en la actualidad debe enfrentar los cambios sociales, culturales, y religiosos de nuestro tiempo. Sin embargo, de este testimonio quiero reafirmar algunos aspectos a modo de conclusión, que tocan directamente el ser y actuar de Juan Ajtzip: Me llama la atención su experiencia de vida desde una niñez sufrida, pobre, marcada dolorosamente por el trabajo infantil en las fincas de la costa sur de Guatemala, pero arropada y protegida por la presencia de sus padres y abuelos. Ellos siempre lo cuidaron y de modo especial, en los momentos de peligro para su vida, lo defendieron y atendieron. Es muy evidente la influencia positiva, a todas luces aleccionadora y ejemplar, de la vida ejemplar del padre Stanley Francisco Rother. A lo largo de su vida, el maestro Juan quedó marcado fuertemente por la influencia del ejemplo de vida del padre Apla’s, que le hizo crecer en su personalidad y en la vivencia de su fe, al llevar adelante un compromiso radical con su pueblo, siguiendo las huellas del mismo. A la vez, se ve el crecimiento de la conciencia social de Juan Ajtzip al convencerse de la necesidad de trabajar por su propio pueblo y aun poner en peligro su vida durante la época de su función como director de la radio la “La Voz de Atitlán.” Esta característica queda evidenciada por su compromiso en favor de la radio en su gestión como director de la misma durante 24 años. También queda evidenciada en su compromiso social que, desde la cosmovisión de sus antepasados y la historia difícil que le tocó enfrentar, moldeó su espíritu y su corazón. Un dato que no debe pasar desapercibido es la atención, crítica y objetiva, que este libro dedica al problema de la transculturización en Santiago Atitlán y su relación con los procesos evangelizadores. Vale la pena reflexionarla de cara a la situación religiosa que hoy vive el pueblo de Santiago Atitlán. Finalmente me ha llamado poderosamente la atención la última frase con la que concluye el libro: “Pero no nos escuchan.” Me deja en mi conciencia un interrogante: ¿Qué quiere decirnos Juan Ajtzip? |